miércoles, 20 de abril de 2011

El comienzo de algo que no sé qué va a ser.

Se me hace tarde. No sé realmente cuál es el lugar donde ya debería estar, pero cada día que pasa tomo conciencia de que estoy más y más lejos de ese gran desconocido. Sin embargo, no me preocupa. Me levanto cada día creyendo que aún es temprano, creyendo que puedo esperar a que mi comida se enfríe, entendiendo que mientras los demás queman sus lenguas frente al ansia de ingerir sin más miramiento que el apetito; yo puedo esperar y no caer en la tentación y disfrutar cada trago aunque me lleve la vida en ello. No discuto con el tiempo, ni con su paso; sólo hay que observarlo de vez en cuando para darse cuenta de que él nunca va en tu contra.

Y entonces, me levanto pensando en los pasos que me hacen llegar hasta el preciso momento en el que me encuentro. Analizo y ejecuto todos los pensamientos desde el principio y en secuencia, como averiguando qué diantres me ha hecho crear esto que soy. Pero igual que lo que los demás hacen con su comida, se me hace más fácil entender lo que hago yo con la mía si antes me fijo en ellos. He aprendido a mirarlos a todos ellos porque en el fondo, me mezclo en la esencia de su totalidad casi todos los días. Y me pregunto por ellos, por mí. Por todo. Atiendo a las señales que me lanzan, indirectamente, todos los demás e incluso yo mismo.

¿Y por qué yo? Me pregunto cada vez que cierro los ojos. No entiendo cómo he llegado a tener las manos de sapo o los ojos del color de las canicas. O el pelo marrón tostado, ¿qué demonios me hizo así? Y pienso así como jugando, que el azar está en cada átomo que nos compone y nos unifica de una manera totalmente divisoria. Y hasta este punto se me hace fácil jugar a saber pero sigo cual vagabundo en busca de una oficina seca y cubierta, con intención de encontrar más explicaciones sobre mí o sobre ellos. Pero en definitiva, son respuestas que no acaban de responder totalmente esto que hemos conseguido ser: el hombre.

En realidad, todo lo que quiero entender será el complemento que haga mi “yo”. Me di cuenta de que todo es importante, de que las palabras se las lleva el viento pero sólo cuando no salen del alma, de que no son más importantes los hechos porque demuestran quién está ahí sino también porque te indican quién debería irse, de que los gestos sólo son reales y merecedores de agradecimientos infinitos cuando son desinteresados y de que las miradas, por frías o insípidas que parezcan, siempre quieren decir más cosas de las que una mente puede soportar. Me intereso por escalar en el entendimiento y por descifrar cuál es el papel de los sentidos en esta unión que hemos conformado cada uno de nosotros. La humanidad: esa joven desconocida. Hemos logrado ser algo diferente a todo, algo que crea y destruye; algo que inventa y distorsiona. Somos todo eso que hemos querido ser porque hemos entendido que en el umbral del ser, teníamos unos parámetros a los que acogernos. Pero no todos han sido conscientes de este proceso.

Sin embargo, yo me propongo varios objetivos o obligaciones al empezar del día. Acostumbran a ser los mismos que los del día anterior aunque algunos días esos objetivos cambian porque logro cumplir de antiguos y otros siguen ahí por no poder alcanzarlos. La cuestión es que, estas ideas que vagan insinuantes en mis quehaceres, no me atormentan ni me obsesionan sin más. Simplemente consigo entender qué es lo que necesito. Y espero el momento para cada cosa, muevo ficha cuando lo creo conveniente y tengo paciencia para el mate, porque no es lo primordial. Otra cosa que he aprendido es que, si siempre hay algo que no consigo, siempre tenderé a pretender conseguirlo. Porque el fin de una cosa es la adquisición de esa misma.

(Víctor y yo hemos escrito)